jueves, 20 de noviembre de 2008

En honor de los milagros de unos farsantes


En vista de lo mucho que se habla de la dichosa Sor Maravillas y de sus "supuestos" milagros -milagros de los cuales inexplicablemente ni yo ni muchos no teníamos ninguna clase de constancia-, me avergüenzo de mi propia ignorancia y realizo una [por otra parte, obligada, poco voluntariosa y menos precisa] labor de investigación contextual que me indique a santo de qué cuernos quiere José Bono ponerle una placa [queda claro que el Señor Presidente del Congreso se equivocó en el momento de escoger partido], decisión rectificada debido a la no aprobación de dicha iniciativa por parte de todo el Congreso (curiosamente, ha sido la oposición -de derechas- la que ha dicho que si no estaban de acuerdo todos los miembros del Congreso, no había razón para aprobar esa decisión). Conforme indago e indago, me doy cuenta de lo SorPrendente que fue la vida de la milagrosa Sor en cuestión. Sin explayarme mucho más, os dejo el que yo considero un muy buen resumen (extraído del Blog de Manolo Saco en el post que le dedica a este tema, principal fuente de inspiración de este artículo que servidor teclea):

¿Qué martirio o qué virtudes adornaban a la monja de tanto litigio como para hacerle un sitio en la fachada del Congreso?¿Había sido torturada, violada, desaparecida o asesinada por la hordas rojas en nuestra guerra civil para merecer una carrera tan meteórica hacia la derecha de dios padre?

No. La carrera de la santa Maravillas tiene ciertos parecidos con la carrera meteórica del fundador del Opus Dei. De familia acomodada, no sufrió persecución ni martirio. Y su santificación por parte de Juan Pablo II fue en pago a los servicios prestados a la propaganda eclesial.

Su destino estaba escrito desde el nacimiento. Hija de un ministro y embajador español en la Santa Sede, nieta de un diputado, su nombre completo era el de María Maravillas Pidal y Chico de Guzmán (lo de Escrivá de Balaguer, el santo marqués que se cambió el apellido de Escriba por el de Escrivá para dar brillo a su alcurnia, era pura modestia a su lado). Fundó el convento carmelita del Cerro de los Ángeles, en Madrid, lugar de peregrinación del franquismo, y murió en la cama en 1974 después de fundar varios conventos por el mundo. No hay nada extraordinario en su vida.

Considerables dosis de caradura por parte de ciertos [e interesados] sectores sociales y políticos es lo que veo en esta patillera decisión de poner en honor de una monja -que nada especial hizo para merecer ese honor- la plaquita de marras. Suena a desesperada intentona de los sectores creyentes por reavivar y renovar de mala manera el fervor religioso en favor de los estamentos Católicos, Apostólicos y Romanos (¡Amén!), febril aliento de vida apagándose de una Iglesia en decadencia desde ya largo tiempo. No me extraña que Alfonso Guerra, presidente de la Comisión Constitucional del Congreso, haya calificado esa decisión como "disparatada˝. Puestos a conceder placas honoríficas alegremente y sin criterio alguno, le sugiero al señor Bono que conceda una en concreto:

PLACA AL/ A LA TRABAJADOR/A MEDIO/A

Por subsistir con un sueldo mucho más que birrioso, por llegar a final de mes, por subir la cuesta de enero, la de febrero, la de marzo, la de abril, la de mayo, la de junio, la de septiembre [en julio y agosto descansa, en septiembre llegan los efectos secundarios de las "vacas"], la de octubre, noviembre y diciembre, por mantener a duras penas a su familia, por sobrevivir en una economía donde los bancos son el poder, y el rico se enriquece progresivamente mientras que el pobre es cada vez más pobre, un mundo donde suben los precios y el Euríbor mientras los sueldos se mantienen igual o bajan, cuando no se le despide o se le obliga a trabajar en condiciones que directamente deberían ser ilegales.


Mientras la gente de a pie pase penurias, por mi, que le den a la dichosa Sor Maravillas y a su plaquita. Más aún teniendo en cuenta que el Congreso debería dejar de distraerse con estas gilipolleces supinas y centrarse en asuntos de más trascendencia, que para eso lo pagamos los ciudadanos. Pero claro, no hay que prestar atención a los problemas, no vaya a ser que los solucionemos y las cosas le empiecen a ir bien al currante. Eso no conviene a los peces gordos, ¿no es cierto?

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